Inhalar polvos psicoactivos fue común entre los chamanes del Norte Grande. Transportada en cajas de caña o hueso o en bolsas de cuero, la sustancia alucinógena era pulverizada en un morterito y traspasada a una tableta con una cucharilla. Un extremo del tubo era introducido en la nariz y el otro extremo era colocado sobre la tableta. Tapando el orificio nasal libre, aspiraban profundamente la sustancia.